
Publicado: 20 de Octubre de 2020
Aún recuerdo en mis años de facultad escuchar al profesor Enric Pol hablarnos sobre Psicología Ambiental. En sus clases nos contaba que es fundamental atender a que la persona influye sobre el ambiente en el que se mueve habitualmente y que, al mismo tiempo, éste ejerce una influencia sobre la persona.
Uno de los aspectos más interesantes en la interacción persona-ambiente se da en cómo los humanos hacemos nuestro el espacio cotidiano. Desde el pupitre que grabamos con nuestra firma cuando estamos en edad escolar, pasando por nuestra mesa de oficina, que adornamos con nuestros enseres para convertirla en un entorno personalizable. Así, en su propuesta teórica, el profesor transmitía de qué forma nos pasamos la vida realizando apropiaciones del espacio.
También sucede así con nuestra vivienda habitual en un proceso que, en este caso, puede durar décadas. Apropiarnos psicológicamente de un espacio nos aporta seguridad y bienestar. Nos ayuda a prevenir sensaciones de incertidumbre y nos permite integrarnos en un ambiente satisfactoriamente.
Cuando me encontré trabajando por primera vez con personas mayores desorientadas, entendí que el prisma de la psicología ambiental aporta un cambio de paradigma a un problema recurrente: el de personas que se pelean por una silla en la zona de estar o de actividad.
Hasta el momento, lo que venía resolviéndose es que el mobiliario de las zonas comunes es compartido y, por tanto, no le pertenece a una sola persona el uso y disfrute de alguno de sus elementos en exclusiva. Esta aserción, aunque es cierta, no sólo no resuelve el problema, sino que lo cronifica.
Si hay una afirmación segura en cuanto a los recursos de atención a mayores, es que presentan una tasa elevada de personas con deterioro cognitivo de distinta intensidad. Así, la persona con alteración en memoria reciente tendrá dificultad en recordar que ya se discutió por una ubicación en la sala de estar el día anterior (o hace un rato) y volverá a llevar a cabo la conducta que promueve dicha discusión. Lo mismo sucede con la persona a la que se le transmitió la idea de que “las sillas son de todos” o, peor aún, “las sillas no son de nadie”.
El deterioro cognitivo desorienta y la desorientación genera ansiedad. De ahí que se establezca como recomendación habitual aportar hábitos y rutinas estables a las personas que lo padecen. Los textos de ayuda a cuidadores lo hacen y los especialistas también. Siendo así, ¿por qué no aplicamos esta máxima con las ubicaciones de las personas en las salas de convivencia? Quien inicia su estancia en un servicio de atención puede requerir de medidas que ayuden en su adaptación o integración (según se prefiera utilizar uno u otro término) y si la persona se inclina espontáneamente por un lugar concreto, es algo positivo y debe permitirse. Poco después, se observará que la persona se pone a mano sus pertenencias (cuelga su bolso, su chaqueta, coloca su diario, se pone en un lado del asiento sus pañuelos…). Seguidamente, la persona se encontrará cómoda ahí, por lo que se producirá una resistencia a abandonar ese lugar. Es decir, esa persona estará adaptada o integrada en ese contexto.
Lógicamente, se tendrá que tener en cuenta que no solamente una ubicación va a ser buena para que la persona genere apropiación y los profesionales podemos acompañarla en este proceso para que encuentre el lugar que le aporta confort psicológico.
Por otra parte, no todas las personas necesitan generar procesos de apropiación con la misma intensidad. Algunas, no lo necesitan en absoluto. Se trata habitualmente de personas muy sociables y con alta apertura a nuevas experiencias. Se las observa cambiando con frecuencia de un espacio a otro, para conversar distintas personas o porque se da cualquier estímulo que las motive a acercarse a él. Hay que tener en cuenta también su trayectoria vital. Muchas personas estarán acostumbradas al uso de espacios públicos. Otras han tenido experiencias más particulares.
Finalmente, como es sabido, también se contemplan aspectos como que las personas con déficit en la movilidad se sitúen cerca de las zonas de tránsito, las que no escuchen bien cerca del profesional que dinamiza una actividad, las que se llevan bien entre sí juntas… Cuando se trata con un grupo tan heterogéneo como el de los mayores, se trabaja con un complicado rompecabezas que no todo el mundo está dispuesto a abordar. ¿Alguien dijo que era fácil? ¿Qué todos los mayores son iguales? ¿Qué todos necesitan lo mismo? Nada más lejos de la realidad, querido lector.
A modo de resumen, los factores a tener en cuenta para asignar ubicaciones y generar confort psicológico en las personas interactuando en un ambiente común de la residencia o el centro de día:
- Identificar hasta qué punto una persona necesita generar procesos de apropiación del espacio (Basándonos en valoración cognitiva, conductual y del estado del ánimo, atendiendo a sus rasgos de personalidad y a sus experiencias vitales).
- Si no es prioritario: Permitir que la persona genere espontáneamente su rol dentro del contexto.
- Si es prioritario:
- Permitir que la persona “se haga suyo” un sitio determinado.
- Vigilar que no entre en conflicto con un proceso de apropiación ya existente.
- Promover este proceso de apropiación del espacio en personas que presenten elevados niveles de ansiedad, especialmente al inicio de su estancia.
- Ayudar a elegir una ubicación si es que la persona no lo logra por sí misma.
- Tener en cuenta los aspectos contemplados tradicionalmente:
--> Sensoriales (Hipoacusia, déficit visual, confort térmico…)
--> Logísticos
--> Relacionales
¡Buena suerte con el puzle!